El día no empieza hasta que despierta;
el viento existe para sus cabellos;
Helio está para servirle,
para reflejar sus ojos bellos.
Que son un ocaso innombrable,
que son un pesar de lucero;
que son una noche estrellada;
el lugar del cuál soy prisionero.
Y no queda espacio en mí,
que soy victima de asombre;
pues hasta no salir de su boca,
no tuvo sentido mi nombre.
Los reflejos del arrebol debieron
ser hechos para su cara;
los atardeceres de este fugaz otoño,
que me han mostrado tu alma enamorada.
Que todos los besos de esta boca,
son para ese precioso rostro;
y entregaré a ella mis versos,
seré ante su ser como Ariosto.
Y que el poema que guardé para sus manos;
este rocío que yo sabía,
sentiría abrazado a su cuerpo;
donde felizmente moriría.