Acariciaba tus prendas íntimas
en la estancia
y te buscaba en ellas,
al igual que soñaba las tormentas
que sin reservas
siempre me ofrecías,
y luego,
tumbado sobre la cama
recordaba
nuestras citas nocturnas,
tan tórridas ellas,
eran encuentros sin preguntas,
con el silencio
humedecido entre las sábanas,
de ese amor adultero,
con sudores en la piel y vértigo en la sangre,
con nervios
de que pudiera llegar el alba,
y se acabase lo obsceno
de aquel rudo festín,
con nuestros placeres animales,
cuantas veces caminando con denuedo
por las curvas de tu ciudad
buscando la espesura de tu calle central,
¡Qué dimensiones, que amplitudes!
Aberturas invadidas
destilando mutaciones,
jugando a cosas nuevas
en cada noche libre, sin límites,
con cada deseo,
de estar siempre pegados y conjugados
en nuestros portones más íntimos,
sin esperar que vengan a separarnos,
el vivir
cada vez más ... y más
los fuegos súbitos
de espasmos perfectos,
con esa rama
crecida por sorpresa,
y que tenaz se removía
entre dos piedras,
que mojadas
se abrían primitivas,
el escuchar tu respirar,
sintiendo
tus festines por mis fuentes,
inundadas al trasluz
de un ritmo
con su pulso jadeante,
músculos dilatados,
firmes,
en sombras esbeltas,
indecentes,
pero plenas e insultantes,
donde tú, poderosa,
eras la diosa
de mis noches inmortales,
y tus ojos de bruja,
como los de una gata negra
que gobernaban y aniquilaban mi locura,
yo tu juguete, y yo tu capricho,
espectral aquelarre
a la magia hechicera de tu luna,
oficiando su rito
de amor despiadado,
hasta que aprendí a llevar tu vacío
a solas,
mirando a escondidas
los lindes
de tu corazón divergente,
desde aquella tarde
que te paraste,
en una orilla sin puente
y se nos mudó la corriente.
Yo no sé si te amé,
pero si sé, que visité tu locura,
y la herencia de todo aquello
es un recuerdo,
de los placeres prohibidos y perdidos
que no te han vuelto a hallar,
y que, muy despiertos,
te siguen buscando como posesos
para volver a estallar.