Naces y mueres con el ámbar.
Resucitas en los brotes de las nueces
y feneces con el final del plenilunio.
Respiras por los apretados poros de la tierra
y retienes el aliento de alba
hasta que se termine de formar la última gota de rocío.
¡Eres majestuosa!
Aunque cuando deseas, te vuelves tan diminuta
como para escabullirte entre las raíces y los limones.
Estás presente y no.
Estás ausente y no.
Tus ojos,
siempre fueron tu señuelo predilecto,
tu lazo infalible,
tu arma definitiva.
Ingenuamente te devolví la mirada, tiré de la cuerda
y caí en tu cesta trampa de espigas enmarañadas,
para ser desgarrado,
vez tras vez,
en la resonancia de tu omnipresente ausencia.