Quise ser un gran poeta
emulando a los más grandes,
y como una pica en Flandes
resultó poner tal meta.
Pues, mi forma era inconcreta
y los versos sin medida
que en cadencia indefinida
ni eran versos, ni era prosa,
ni escritura tan hermosa
digna de buena acogida.
No fui docto en la materia
pero puse la ilusión,
y con toda mi intención
escribía cosa seria.
Para algunos fue miseria
porque al ritmo hacía pellas
y mis rimas no eran bellas;
una afrenta o tropelía.
“Un montón de porquería”
siempre criticaban de ellas.
Así fue que tropezando
entendí que hay que leer,
para poder aprender
y con ello ir avanzando.
Me propuse ir trabajando
por no ser hazme reír
y alguien pudiera decir
que lo escrito no era canto,
sino más bien fuera espanto
de quien no sabe escribir.
Y escribí algún soneto
y rondeles al amor,
un romance a un picaflor
y a mi madre hice un cuarteto.
Yo lo juro y lo prometo
que pensé: ¡es poesía!,
un gran don que prometía
coronarme como un Dios,
mas…, solo sirvió de adiós
al sueño que poseía.
Por esta y otras razones
seguiré siendo un plumilla,
que escribirá su octavilla
perdido entre los rincones.
Y enredado entre canciones
y liras sin argumento
firmaré el documento
con el alias del que ayer,
queriendo, no pudo ser
Gran Poeta del momento.
Se acabaron los mojones…
el maltrato a la poesía,
y ese sueño que tenía
se esfumó por los balcones.
¡Me tocaron los cojones!
Pero, justo es el decir
que me gusta el escribir
y aunque suenen a chirrido
seguiré con poco ruido
escribiendo por vivir.
Rafael Huertes Lacalle