1.
Los ausentes siempre están aquí, en la raíz del café,
entre los dedos que escriben
sobre la noche,
en los nombres que aun escuchan en este lugar.
Me han salido voces por los flancos del silencio
murmurando: “ya me quiero ir…!
La muerte no existe solo el desaliento, con su pan
y el cáliz amargo del olvido.
Queda el aire con su soplo caliente, la voz redimida
en la palabra escrita
y el sueño desnudo en sus jardines lilas…
Y como si no pasara nada se funden dos silencios,
dos granitos con sus rostros,
y aves cargadas con la sed de su memoria.
Por eso sigo aquí, con el deseo entre los dientes,
en silencio -es cierto- en noche oscura,
sin luna, como en una boca de lobo,
escribiendo
2.
Es de ti, de quien habla la noche y es por ti
que el silencio avanza
El aire tropieza con la ventana, como alma
dejando su cuerpo a la deriva.
¡Magdalena!
El amor gime cuando la pasión duerme bajo la piel
herida.
El aire se levanta entre mis dedos y viaja tanto
para llegar hasta tu boca
que se abre como una rosa perfumada y luego
huye como si llevara un alma.
Sobre el silencio viaja un murmuro:
“Siento tu cuerpo al cerrar los ojos y a la sangre
atarse al fuego,
siento la dicha de la luz al alumbrar tus ojos”
Magdalena, solo tú sostienes los nidos de las aves
sobre los arboles vencidos
bajo la lluvia.
Ya es tarde, sí.
Solo tú vienes a recogerme de este frío en que voy
dejando una oración sobre la tierra.
3.
Nos riega la muerte, humedece a los parpados
que han vaciado sus mares
llenándose de tierra.
Creo que ya estuve aquí ¿hace cuánto tiempo?
No lo sé.
¡Y ya no sé quién soy!
Si, la tarde recoge su sol mientras el aire frío arrea
las alas de los pájaros
que guardan los nombres que sostienen la voz
en el silencio.
¿Cuantas veces me he estrellado con el corazón
en el hielo y contra el rostro oculto
entre las yerbas perfumadas de la mañana?
¡Tú no estabas allí!
Solo las lágrimas se hunden en tu cielo de tierra
para buscar tu carne
y hacerla renacer, solo en mis ojos navega la luz
como un navío muerto.