Busca la fuente
perdida en la montaña
con agua fresca.
Y si la encuentras
que tu garganta calme
toda la sed.
Quizás tu cuerpo
encuentre el equilibrio
que bien precisa.
Luego descansa
y mira los hayedos
y viejos robles.
Busca, a lo lejos,
colinas y montañas
que allí se encuentran.
Siente a la brisa,
escucha sus caricias,
sueña con ellas.
Y si te sobra,
el tiempo, y es temprano
haz un poema.
Habla del cielo,
del niño que le mira
y quien te escribe.
Lleva sus versos
al lecho del Olimpo
para que duerman.
Rafael Sánchez Ortega ©
18/11/23