Navego con mi eterna soledad
y el consuelo de la tristeza amiga,
en esta cruel noche de luna amarga,
dentro de otra indomable tempestad.
Mis manos duras, casi congeladas,
se aferran a la rueda de cabillas,
mantienen el rumbo de las estrellas.
Fijan el barco a son de marejada.
Las penas de mis silenciosas lágrimas,
resbalan sobre mis frías mejillas.
Siento desfallecer mi agotada alma.
Soy marino viejo de atroces millas,
curtido en duras tormentas y calmas,
y aún navegaré en otras mil quillas.