Coger de la mano
esos remansos de paz
sobre los que termina por transitar
toda sonrisa.
Los abrazos, frescos, terminan
en las palpitaciones más extremas sobre
los labios. Allí donde el verbo, una vez
totalmente embriagado,
es incapaz de decir nada más.
La tensión parece conformarse con esas incontroladas
palpitaciones que la pasión tiene, todas
desenfrenadas e ingobernables. Es entonces
cuando tienen lugar los sucesos de mayor
pureza: los momentos que se dan con la mayor
naturalidad. Los más salvajes y de mayor verdad
que suelen acabar siendo esa parte
demasiado desatendida, pero esencial,
de todo futuro todavía en construcción.