Busco y anhelo el sosiego,
como la ilusión más ´preciada,
que sin sonrojo me acaricie,
como quien ambiciona,
la libertad del ave o el brillo de los astros,
en un eterno afán como de soñar despierto,
porque sólo allí, encontraré el reposo,
y dejaré de vagar errante entre las tinieblas,
del pensamiento bullicioso y agitado,
que me condena.
Parece que, ante mí, murmuran las soledades,
exclaman las deslealtades del cabello cano,
como si la vida se apagara con la escarcha en el prado,
he incurable y sonámbulo deba continuar esperando,
la perenne frescura de los campos,
como la quietud que se niega,
a germinar en el alma.
Un niño que se abraza al pecho de su madre.
Una rosa que se deshoja abandonada al viento.
Una mañana apacible y clara, a la espera de la tarde.
Una luciérnaga que brilla entre la tarde y las sombras.
Un cielo insondable cual bóveda de lo terrenal y postrero.
Un hombre agotado al que se le niega lo eterno.
Un anhelo que no llega.
Un sosiego que se espera.