Alberto Escobar

Mi patria

 

Mi infancia,
mi patria. 

—parafraseando a Rilke, 
una vez más. 

 

 

Nací,
Mi nación mi cuna.
La leche me va llenando
los resquicios de un paraíso
perdido, añoranza de útero,
calor húmedo, nutritivo,
inconsciente, marítimo.
Mi cuna lecho seco,
ropita blanca sobre una piel
recién estrenada, reacia,
sensible a las telas, 
a lo artificial, a lo aparente. 
Mi nación mi cuerpo.
Ese montón de carne con apenas forma,
esa incógnita cuya resolución
esperará toda una vida, y aún así
no hallará dato, seguirá icógnita.
¿Quién soy? Nunca lo sabré.
Mi madre se acerca, 
me aproxima la boca a su fuente, 
bebo de un líquido elemento
que me sacia el llanto, 
siento el calor bucal de unas gotas
que se escapan excediendo
la escasa área de mis labios. 
Sonríe de placer
—el acto de mamar no solo sacia
la sed maternal— y persiste 
porque no puede despegarme
de su seno, la oxitocina une. 
Mi padre, a lo lejos, llega,
se acerca, me besa lento,
huele a argamasa y aceite, 
me gusta, me he acostumbrado
a esos olores tan desagradables
y ya pido, como si fuera leche,
mi pitanza diaria —todo por un beso.
Voy amontonando años 
como se apilan los calendarios
de papel con números negros 
y algunos rojos. Voy, poco a poco,
siendo quien soy, quien ahora escribe. 
P.D. Dicen que mis escritos no son 
precisamente cortos, pero mi infancia
sí lo fue, aunque diría que sigo, insisto
en ella, la cuido como oro en paño,
y todos los días la saco a dar su paseo,
a hacer sus necesidades, y gracias a ello
la mantengo rolliza, a cuerpo de reina.