Me declaro culpable de todas las cosas que no he hecho;
Culpable de contemplar taciturno las olas del mar:
En esas ondulaciones cardiacas está la esencia de la imaginación
que he anexado a mi piel, sin permiso de nadie.
Me declaro culpable de no haber estado investigando y hurgueteando
en los intersticios del alma, aquello que llevamos dentro, como un sello original…
Me declaro culpable, por no tener la capacidad de la palabra para decirlo todo de una vez
y escribir para el lado, los versos que me asedian, en mis tardes de angustia.
Culpable de no hilar entre los rompeolas y los horizontes
las razones comunes de los fantasmas, que me aprietan el corazón,
haciéndome caer por un despeñaderos de sinrazones que parecen poesías que hieren ,
pero que nunca llegaran ser poemas, porque la poesía es la manera más simple de escudriñar aquello que está ahí, pero que no vemos.
Me declaro culpable de la noche, porque la visite pocas veces,
porque no pude tener sueños, que parieran versos húmedos de sangre
que precipitada y alborotada erigiera una semblanza mayor…
Soy culpable de no estar en los besos justos o en los abrazos finales…
Soy culpable de los atardeceres rojos,
a los cuales me volví adicto;
Culpable de perder el tiempo contando los paisajes
de mis recorridos habituales en el bus de la memoria
que me trasladó a tantos lugares inhóspitos y desconocidos.
Culpable del frio de mil miradas,
que me esperaron en los paraderos del alma…
Culpable de todo lo que resonara en el aire:
la lluvia callejera, los pájaros y los regalos de mi madre…
Soy culpable, porque nací en invierno y no tuve coraje
para estar al lado de los que necesitaron mis viajes por el silencio
y culpable, porque nunca pude reconocer a mi padre…