javiercastellano23

Indolente

Era una noche taciturna de luna menguante (o tal vez, yo soy el taciturno) había escapado de sus brazos escabullendo hacia el jardín botánico, repleto de soledad.
Soledad... esa musa que alimentó mi ser durante mucho tiempo, que sirvió el vino más dulce, que preparó para mi un reinado, sin embargo, parece que nada es suficiente y que todo es demasiado.

Ella logró encontrarme 
—¿Por qué pretendes abandonarme?
— No lo entiendes, nunca lo entenderías, soy un indolente, un huérfano de esperanzas y sueños, aunque te amo, no podría mantener el amor a flote, nunca he mantenido nada a flote, exceptuando a este pedazo de mierda (yo) que todos los días se levanta por hacer de la vida un lugar mejor, enfrentando su raciocinio sobre la virtud, la capacidad de echar andar esta bicicleta oxidada que llamamos esfuerzo hasta ese lugar donde pueda gozar de la sombra de un enorme árbol para descansar.
— Deja de hablar estupideces, no te entiendo nada, ¿A caso no me amas?
— Ese es el problema, nunca he amado lo suficiente, el primer amor con el que nacemos, por una madre o un padre, quizás un abuelo, con el tiempo la membrana que nos mantiene unidos comienza a separarse, el rumbo de nuestras vidas dependerá de nuestra voluntad y aquello que nos presente; lo que nos rodea...
Mi voluntad, mi cerebro, mi ingenio, mi existencia, todo aquello me ha convertido en un ermitaño, mis héroes, no fueron de historietas, cada uno se encargó de morir bajo su infrancable necedad de vivir sin rendir cuenta, sin temor a la muerte, experimentando el susurro en su nuca para volver a encaminar el deseo de enaltecer su escritura.

No mentiré, mi corazón es tuyo, mi desvelo es tuyo, mis buenas acciones son tuyas, el camino edificado de jardines y atracciones es gracias a ti, mi vejez será para ti, pero no dejo de ser un alma maldita, no dejaré de albertirte que lamentablemente no soy el que necesitas para echar raíces.