La llaman la chica sin nombre.
Sus ojos son como espejos sin cristales
y los míos, ríos que van con deseo a sus mares.
Al verla lucirse por el parque
mi corazón se escapa de mi pecho a sus claveles.
Es una bacanal de sensualidades en arco iris florales.
Es remolino, torbellino, el relumbre,
un incendio para las almas que caminan,
sinfín de sensaciones para los ojos que la miran.
Ella rompe la serenidad soñolienta de su entorno,
haciendo que suspiren las flores en sus verdes reinos
y que se alboroten los gorriones en sus nidos ocultos.
Esa es la chica sin nombre
que desparrama belleza, que chorrea frescuras,
mezcla de jazmines y gardenias, rosas y azucenas.
Al atardecer a lo largo del sendero se pierde
y el parque vuelve a sumirse en un nostálgico sueño,
cuando un jilguero gime en su rama, blandamente.
Mi ego enamorado la ve alejarse
cuando una hoja lánguida cae y besa el estanque
y yo susurro hasta mañana chica sin nombre.
Un beso mío te lo llevará una brizna de aire
esperando que te alcance, no lo sé,
pero de tu amor vivo mujer de mi tarde.