Después de un adiós
Transcurren tantos días en donde el alma sueña
un cielo de rosales con néctares de vino,
y exprime la añoranza de un ángel en camino
que va apostando el numen del suelo que le enseña…
mas pronto se detiene clamando sus dolores
tan solo al recordarla que sufre por amores.
Anhela el dulce beso que descendió en el cuello,
después de acariciarle sus fuentes primitivas,
suspira incontenible con ansias sensitivas
cayendo prisionera del gélido destello:
por quien a veces llora, de pronto ir a buscarla,
de modo sigiloso y así, poder besarla.
¿Qué tal ese teatro creado por la mente?,
¿Qué tal esas visiones del hombre enamorado?
Son pocos los momentos que duerme y no ha soñado
con quien pasa las horas feliz, tranquilamente.
Y luego, al despertarse, se sienta en su camilla
deseando que ese sueño no sea pesadilla.
Las fiebres del encanto son círculos sin centros,
pues vuelven de repente, de forma tan incierta;
y van como si nada tocándote a la puerta
en donde solo entrena la voz de los adentros.
Y, siempre el interior, que es fuerte y que resiste
se rompe como un hilo después de quedar triste.
Samuel Dixon