De la adopción de lo políticamente correcto se han aprovechado bien los perezosos mentales, porque les permite frente a los que no se atienen a los postulados imperantes, no contradecirlos con argumentos; les basta atizarles con dicterios, y tirar de etiquetas, motetes e incluso denuestos, empezando por los tan traídos de fascista y machista.
Y hasta Felipe González, que propiamente no es un flujo u ocioso en el plano intelectual, se atrevió en uno de sus años “áureos” a afirmar: Quien declara que no es de derechas, y no está a buenas o en sintonía con el socialismo, es a buen seguro, un derechista encubierto. Esta burda pero efectiva simplificación la copió, como tantas otras cosas “non sanctas” del Antiguo Régimen; el cual por este y otros motivos está más presente de lo que podría pensarse en la realidad española actual. La inercia del desarrollismo que arrancó en 1960 pervive bajo el manto del progresismo a todo trance; y las influencias foráneas que vinieron al son de la aceleración de la vida, se han traducido en unas penosas imitaciones, que son solo tinturas que ofenden al buen gusto y al sentido común. Con lo que sigue sin corroborarse el acierto del veredicto noventayochista, según el cual España es el problema y Europa la solución.
En fin, que podrá no ser cierto lo del madridismo sociológico, más lo de franquismo sociológico ahí está bien patente en medio de nosotros casi 50 años después.
Que lo reconozcan y se dejen de lanzadas al moro muerto.