Aún no vuelan
las luciérnagas
y en la lejanía
se escucha
la voz del bardo.
Los árboles sin brotes
descansan impávidos.
Mientras contamos
las estrellas,
mosaicos fríos
que mecen el cielo,
llega el amanecer
acristalado
decorando la tierra
con el sol que pende
de un rayo de hielo.
Se inicia la fiesta.
Rosada del final
del invierno,
luz aturdida,
flores escondidas,
brillante el campo,
blanca la mirada
del corzo que huye,
blanco el roce de las manos
que acarician los corazones,
blanca la sal,
blanco el deleite.