Sufro de una incauta y cruel dulcemanía
de besar tus labios dulce amada mía
y sorber el fluido meloso que emana,
que sacia la sed de mi cuerpo y de mi alma.
Cómo yo quisiera cual si un pillo fuera,
penetrar glorioso
en tu ambiente santo;
desatar la furia de mi deseo tanto
de besar tu boca, cuyo beso aplaca
lo grave y profundo de esta sed impía.
No sé qué yo diera
por un beso suave
de aquella fructosa, pálida y preciosa
boca de bebé.
No sé qué yo diera sólo por probar
de tus labios rosas la fina tersura.
¡Cómo yo quisiera
acariciar tus labios de flor perfumados
y con besos sabios, de amor egoístas,
saborear su olor mentolado!
¡Cómo yo quisiera devorar
insaciablemente la tierna sonrisa
de esa bella Musa azucarada
fantasía divina,
bien‑amada y fina!
*