El viento fugitivo que transporta mis versos,
versos de hombre, de carne y hueso,
que huyen de la voluntad incomprensible,
a veces airada, abominando cuanto se ha vivido,
cuanto se ha escrito,
cuanto se ha olvidado.
Versos arrinconados entre escombros,
anhelando justicia,
ambicionando palabras de paz y de consuelo,
llenos de sed, a veces salobre,
por lo que no se ha dicho,
por alegrías que se han voceado,
cargadas de remordimientos,
o tristezas que se expresan atestadas de nostalgias.
Se ha quedado sin rúbrica en los versos,
la patria y el árbol, la sociedad hambrienta y el niño abandonado.
Se ha quedado en silencio el hombre y su justicia,
como océanos difuntos abandonados por las olas.
Se han callado las palabras entre sombras y silencios
como si el vivir solo fuera un recuento del tiempo,
y la vida muriera con el pensamiento,
cargando sobre los hombros el peso del razonamiento.
Ahora retorno al centro de mi obra,
al verso inmortal que se sugiere entre abrazos,
como el hombre que canta y juega,
en los brazos de su hijo,
y la vida que renace sobre el pecho de la amada,
El viento fugitivo me toma entre sus alas,
con la última voluntad de mirar el cielo y el agua,
para que mi alma anciana descanse en su mirada.