Un día de esos lluviosos, tú me hablaste.
Un desconocido, Dios, pensé, con temor.
Intenté, evitar el agua y hasta mí llegaste.
No hablo con extraños, pero, oí tu rumor.
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Caballerosamente, me diste, tu paraguas.
Mi voz interna, en esa soledad, confirmó.
Asentí, ya qué no, se detenían, las aguas.
Los minutos ya eran horas, miedo me dio.
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Pensé en los resabios de la Nana: Alerta.
Y comencé a elaborar, la rápida defensa.
Es que mi abuela, la empata o la acierta.
Sería sandez ver sus alertas como ofensa.
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¡A mis nietos, les hablo igual, muy clarito,
no los quiero ver, abatidos y en apuritos!