Un ser desamparado
(al que sólo migajas dió la vida)
camina resignado...
Con el alma dolida,
espera su momento de partida.
Mientras la redención
parece que se acerca, de puntillas,
su ingrato corazón
le agrede las costillas
causando que se doblen sus rodillas...
La lluvia se ha calmado.
La gente, por inercia, va de prisa.
Él ve, le han regalado,
(detrás de un parabrisa)
placebo disfrazado de sonrisa.
Le duele estar de hinojos,
se tumba. Ya sus párpados le pesan.
Sin más, cierra los ojos...
Entonces... ¡Le regresan
recuerdos olvidados que, no cesan!
Inesperadamente,
le llegan sin control, desenfrenados;
transitan por su mente
tal cual, desordenados...
¡Un cúmulo de instantes extraviados!
Los “mira” inexpresivo...
Consciente que termina aquí la vía,
ya no les ve el motivo.
En son de rebeldía,
ensaya una sonrisa de ironía.
Si nada puede hacer,
mojado, adolorido ahí en el piso...
¿De qué sirve saber
(ahora, de improviso)
si tuvo algún amor, si alguien lo quiso?
Y sin embargo hay dudas
que surgen por instinto, y le dirigen
directo hacia las crudas
preguntas que le exigen
saber, a ciencia cierta, del origen
de la gris soledad
que, desde que se acuerda, le acompaña;
y de la vaguedad
(ahora es una extraña)
que hacía en su cabeza una maraña.
Pero... llegó el momento.
Con gran dificultad, débil, respira,
y cada vez más lento...
Lo ven... nadie lo mira...
y nadie se da cuenta cuando expira.
Y su historia culmina.
La gente, junto a él, sigue pasando.
El mundo en su rutina
continuará avanzando.
Tan sólo es uno más abandonando
esto que llaman vida...
(Algunos la ven ruda y engañosa).
¿Será que su partida
tan cruel y silenciosa
provoque algún efecto mariposa?
Quizás en la alborada...
del rastro de su vida, sin sentido,
apenas quede... nada.
Será un desconocido
yaciendo en el abismo del olvido.