Cae la noche en la ciudad iluminada por miles de luces fulgurantes
que cautivan a un sinfín de caminantes
que anhelan deambulando en todas partes,
encontrar inspiraciones incitantes.
A medida que se acercan crece y crece
frente a ellos el gigante de cemento
y escuchan el melancólico lamento
de un hombre abatido que fenece:
No creas las palabras que no he dicho
no arruines mi ilusión con tu dolor,
clama un hombre desde el fondo de su pecho
lastimado por un triste desamor.
De tu mano llévame hasta tu lecho,
con tus besos sana todas las lesiones,
que has abierto y que sangran en mi pecho
…accede niña que te exponga mis razones.
Clama un hombre, grita, calla, se estremece
afligido y en creciente desazón,
agoniza bajo el árbol que el viento mece,
lentamente se detiene el latir de su corazón.
No dejes que la lluvia apague el fuego,
que ardía entre los dos hasta hace poco,
cuando creías ciegamente en este loco,
que te quiere, te admira ...te lo ruego.
Niña amada amemos libres, sin temores,
no me dejes fallecer en el olvido,
no merezco tu desidia, te lo pido,
dame vida con tus besos fragantes como flores.
Si no me quieres dime ya abro mi pecho,
le ofrendo mi corazón al cruento invierno,
que su frío lo congele para no seguir en el infierno,
que vivo al no tenerte y estar fuera de tu lecho.
POR: ANA MARÍA DELGADO P.