Antonia Ceada Acevedo

Silenciosa.

¿Te molesto si me siento aquí, hija?-pregunto aquella señora de mediana altura, con su pelo blanco celestoso, vestida totalmente de negro, sin tan solo una arruga y con un fresco olor a rosas.Que mujer más guapa. Era primavera en un pequeño parque del centro de la ciudad, colmado de naranjos en flor, solía sentarme en un banco de hierro raido por el tiempo, el trinar de las golondrinas era música celestial para aquella paz que ofrecía aquel lugar. -¿Qué lees, preguntó la señora? -China comunista en la política Mundial -¿te gusta la política? -No mucho-, conteste-pero me apasiona la historia. Un suspiro hondo y seco salió de su pecho para lanzarlo a aquella brisa que paso a ser parte de mi memoria. Comunismo, yo he luchado por el comunismo silenciosamente. Mi marido era totalmente revolucionario desde que a su padre lo mataron en un paredón. Yo era, junto a mis hermanas, una muchacha muy bien mirada en mi pueblo. Mis padres eran, en aquellos tiempos, adinerados.Pero eran tan buenos, que lo dieron casi todo y lo poco que les quedó lo perdieron. Mi marido, en cambio, era de familia trabajadora, labradores, y Vivian en una humilde casita a las afuera del pueblo,junto a seis hijos, pero eran muy educados, limpios y honestos. Nos conocimos en el paseo del pueblo una tarde de feria, nos enamoramos. Era bajito y delgaducho, pero tenía los ojos verde olivo y olía limón y canela. Al poco tiempo le pidió la mano a mi padre, y todas las noches venia a mi ventana a verme, hasta que nos casamos. Me case de negro por la muerte de mi tia, era lo que había en esos tiempos, más siempre me siguió el luto. En una casita cerca de mis suegros, comenzamos nuestra vida de casados. Yo me dedicaba a las labores de la casa, el a labrar las tierras de unos señoritos que tenían campos de trigos,bestias,ganado, y a muchos trabajadores del pueblo. Pero llego la post guerra, no había trabajo en el campo, y lo poco que había lo pagaban muy mal. Ya tenía a mi primera hija, cuando decidimos marcharnos a la ciudad. Al llegar a la ciudad, todo era diferente. Las casas eran alquiladas por habitaciones a familias de hasta ocho hijos, donde dormían todos juntos. No teníamos dinero, y nos tuvimos que conformar con un “partidito” así se le llamaba, donde compartíamos un retrete para todos los inquilinos. El, encontró trabajo enseguida como albañil, había que reconstruir un país desolado por la guerra… Yo, quedé embarazada de mi segunda hija y para ayudar a la economía familiar cosía redes en el puerto. ¡ Íbamos tirando.! Mi marido, era hombre de tabernas al salir del trabajo, Cuando bebía se ponía agresivo y hablaba demasiado, incluso insultaba a quienes le llevara la contraria en cualquier conversación. ¡Bajito pero bien Matón! Una noche al salir del trabajo, como todos los días, se paso por la taberna y entre copa y copa soltó una frase que trajo la ruina a mi casa. ¡Lo tenían que matar, a ese militar que mato a mi padre, Franco, a grito pelado. Entre los obreros había muchos partidarios de Franco, pero mi marido embriagado no media las palabras, ni las circunstancias! Se enfocaba en el odio que sentía hacia el dictador. Llego a casa, se aseo, ceno y nos acostamos todos, cuando a las cuatro de la mañana aporrearon la puerta. -Guardia Civil, abranMe asuste y mire a mi marido con una pregunta en los ojos y como respuesta unas lágrimas de los suyos. Abrí la puerta atemorizada y entraron empujándome ante mis suplicas, esposaron a mi marido y se lo llevaron, mientras mis niñas lloraban asustadas. Cuatro años estuvo preso por insulto al generalísimo. Tuve que echar más horas cosiendo redes en el puerto para sacar adelante a tres, porque otro venia en camino. Llevar comida a la cárcel a mi marido y cuidar de mis padres enfermos en aquel partidito. Trabaje duro, no le tenía miedo al trabajo, por las noches cuando todos dormían oía “la pirenaica” una emisora clandestina impulsada por la “pasionaria”. Recuerdo, que una mañana, en el puerto, desembarco un barco de trigo, que después apilaban en carros para transportarlo. Las mujeres corrían detrás de los carros con grandes delantales y navajas, para abrir los sacos y recoger el trigo en sus faldales .La guardia civil cogió a 26 mujeres, las puso en fila y una silla. A una a una le fueron afeitando las cabezas y paseándolas por la ciudad, marcadas como ladronas. Yo miraba, escuchaba, callaba y actuaba sigilosamente ayudando, con máxima discreción, a quien me necesitaba. Escribía cartas, leía cartas, me informaba .Fui una mujer lista, en aquel entonces, y con suerte. Traía información, recados, de presos comunistas a familiares o amigos, y llevaba información o recados, cartas a los presos, cuando iba a ver a mi marido a la cárcel. Salió de la cárcel, y con algún dinero que le quedo a mis padres y algunos cuartos que yo pude ahorrar, montamos una tienda de comestibles, entonces existían las cartillas de racionamiento. Trabajé de día y de noche junto a él en aquella tienda, las gentes dejaban a deber dinero y mi marido hacia la caja y con el dinero en el bolsillo y rodeados de “chupatintas” se iba al barrio de las mas desafortunadas (las putas) Bañaban a las mujeres con champan, bebían, y harto de todo regresaba a casa en coche de caballo. Si hablaba malo, si callaba malo, si me hacia la dormida malo, si lo esperaba despierta malo. Nada estaba bien para él en esas condiciones y me pegaba, me pegaba fuerte, me tiraba del pelo hasta arrancármelo, me insultaba, todo esto delante de mis hijos. Mi niño se quedo mudo de un susto. Al otro día, como si nada a trabajar en la tienda mientras el dormía la tajada. Amoratada, dolorida, cansada, pero mis hijos tenían que comer e ir limpios al colegio. Las mujeres teníamos que buscar el pan de nuestros hijos, como podíamos, unas se dedicaban al estraperlo ,exponiéndose casi a diario a ser detenidas, llegaban de todos los pueblos con sus cestas llenas de cosas para vender en la ciudad, a veces tenían que tirar la mercancía por algún chivatazo, cosa de la que otros se aprovechaban. Otras trabajaban de criadas en las casas de los militares o ricos, por comida y un real, que guardaban para enviar a las familias, otras se dedicaban a coger, pelar y vender higos chumbos, o tanganinas, espárragos, lo que hubiera, porque había hambre, mucha hambre. A los hijos de los comunistas, no se les permitía estudiar, eran trabajadores. A Los médicos había que pagarles con alimentos o lo que tuviera porque no había dinero. Pasamos mucho las mujeres de entonces y por supuesto que nadie supiera que eras comunista, porque siempre estuvimos perseguidos por el régimen de Franco. Eduque a mis hijos de la mejor manera que se me permitió. Los crie con todas mis fuerzas, con valentía y atendía a mi marido borracho siempre. Me denunciaron por vender cosas de estraperlo y me cerraron la tienda. Ya mis cuatro hijos fueron creciendo y emigraron para Alemania todos. Su padre y yo volvimos al pueblo. Mi marido estaba enfermo. En el monasterio, me colocaron de cocinera y nos dieron una habitación junto al huerto, que mi marido cuidaba con esfuerzo. Para los dos, teníamos de sobra. Ya, no bebía, pero su enfermedad lo ponía agresivo y a veces me pegaba una paliza… el pobre. Cayo muy malito. Yo seguía durmiendo con el para que no se sintiera asustado ,despreciado, abandonado. Yo, lo quería. y antes de morir, me pidió perdón .Yo, lo había perdonado desde siempre. -¡lee, hija, estudia, que en esta vida hay que aprender, pero sin que se entere nadie, te lo digo yo! Se fue…pero aquella mujer de pelo celestoso me dejo un mensaje: “Estamos capacitadas para luchar y soportar lo insoportable, pero no tenemos por que soportar lo insoportable “

 
 
Antonia Ceada Acevedo.