He recogido y ahijado
una pena
que perdida
me rondaba
desde la más tierna infancia.
Me la he encontrado
muy abatida,
junto a un contenedor
de basura,
en una calle
muy pequeñita
que lleva de nombre,
Calle de las risotadas
y de las carcajadas.
Me he llevado la pena a mi casa,
y ya en ella instalada
con mucha maña
le estoy sacando lustre
a esta amiga tan franca.
Para ello me pongo
guantes de lana
y le froto a mi pena
el alma
con crema
muy apreciada
que guardaba
en una mesita
con devoción
de fraile cartujo
de tradición mariana.
Tanto le he quitado
su perfume
a flores mustias,
que ahora ríe,
que ahora corre,
que ahorra come,
que ahora juega,
que ahora me dice
que le gustaría ser
una sonrisa prendida
de una faz bonita
de muñeca Playmobil,
de esas tan caras
que para las Navidades
a sacos se regalan.
Penas como esta,
a las que les duran
los malos tinos
unos segundos
de esos
que salen del alma,
las quiero yo
antes de que otros
se aprovechen
de su inocente mirada.
Es esta una pena
muy mona
que juega por las mañanas
a matar las soledades,
usando como artillería
balas
que llevan
de carga explosiva
una mezcla de pólvora
pimienta en grano
y pequeñas risotadas.
Por las tardes se las pasa
asistiendo a entierros
a desgana
y por las noches
rezando rosarios
y abriendo
con su tristeza
de alta gama
las pesadas
veladas funerarias
Buena gente es
esta pena perdida
tan delicada.
Ella se divierte,
haciendo llorar,
a quienes con caras desencajas
a su puerta insistentemente
con los nudillos llaman.