Oh dolor profundo y arraigado,
el que vive en tus entrañas,
que supura en los poros,
que te nubla los ojos,
y construye su casa
entre los escombros
de tu antiguo legado.
Fiera terrible que en el silencio
aguarda en la obscuridad
de la cueva del ser,
forzándole a ver
su parcial realidad,
observa su ayer
persistiendo el recuerdo.
Veneno que recorres las venas
alimentando las hiedras,
arrancando la vida,
cerrando las salidas
de este río de piedras,
corriente marchita
de penurias y penas.
Espesa obscuridad que inunda
como furiosa tormenta
que rabiosa destruye
que te aplasta y confunde
sin mirarla siquiera,
ruidosa te aturde
y de sombras te nubla.
Oh, dolor amargo que eres mío,
¡con qué cuidado te abrazo,
te protejo y te arropo,
con ternura te acojo
entre mi regazo,
te cuido y te lloro
te alimento y te miro!.
¿A dónde mí destino, dolor,
si te fueras de mi lado,
si partieras de mi alma
de la que haces morada?
¿Quedaría desnudado
al asomo del alba
de la aurora del Yo?.
Apártate ingrato y abandona
pues ya va a amanecer,
deja paso a la brisa
fresca del nuevo día
que ha vuelto a renacer,
marcha presto y olvida
tu ausencia en esta historia.
Aleja sopor, veneno y niebla
huye en la obscuridad,
pues el astro escondido
que pensaste dormido
a querido despertar,
y demandar su sitio
para alumbrar mi tierra.