Yo, que allá por mi infancia
-en el hoy borroso videoclip de una guardería-
te entregué mis primeros
y más tiernos sentimientos.
A ti, niña de nombre olvidado,
mi primer arco iris, mi primera vez en ese mar salvaje
del amor, insoportable dolor de tripa
y obnubilación boba e incontenible...
Sí, yo, que una tarde
al salir de la aburrida catequesis
me imaginé un futuro de alucinantes colores
infinito a tu lado.
Y frotar de mayores nuestras narices a lo esquimal
cada día antes del desayuno.
Y ver pelis de miedo acurrucados bajo una manta en invierno.
Y besarnos como en un anuncio de pegamento superglú.
Y pescar sardinas para barbacoa cogidos de las alas,
juntos
como dos gaviotas que vuelan siempre en paralelo
sobre los tejados y las calles
de una ciudad portuaria sin rotondas,
perdigonazos traidores
ni problemas de aparcamiento...
Yo, que recibí mi primer puñetazo
cual enclenque y bajito quijote
entre un corro de niñatos
por defender tu honor
en el embarrado patio de un feo colegio de barrio...
Que años después descubrí la magia de la música
bailando una de Scorpions contigo:
Recuerdo
tus pequeños y mullidos pechos apretados contra el mío,
y tus ojos verde esmeralda,
y nuestros corazones a mil,
y mi primera y traicionera erección en público
-en aquel cumpleaños de la Trini del 2ºA-
Yo, que por ti bebí como un vikingo,
que fumé hasta toser el alma,
que gasté cada ángulo y cada centímetro
de cada espejo que encontraba,
que regué con mi sudor
cada centímetro del gim-center
como un despiadado e incansable pirómano de calorías
o que expuse mi fresca piel hasta el límite del incendio
como un cangrejo idiota y enamorado
al terrible peligro de los rayos ultravioleta.
Y solo para que me regalaras
un sábado de sexo nuclear
sobre la torturada hierba
y ante la mirada envidiosa de la luna
en esa arboleda de nuestra resplandeciente
e irrepetible juventud.
Yo, que te concedí la exclusiva de mis sueños;
que te comía la boca diez veces por noche
pero sin ti,
que me corrí más de cien veces contigo
pero sin ti.
Que te engañé por puro acojone
(y un poco, sí, por cuestión hormonal)
Que robé tu corazón sin que te enteraras,
y que luego se escapó sin enterarme.
Y hasta encontré un sentido a la vida
durante casi un agosto entero...
Yo, que añadí el morado
a mi monocromática paleta política,
que quemé la culata de mi Corsa
negro brillo como tus ojos,
que me arruiné con el jodido Audi de quinta mano;
y aprendí yoga, mecánica, poesía,
respeto, locura (de la buena) y paciencia
solo por ti...
¡Que me estrellé, me reconstruí,
me hundí, levité, reí, lloré,
me volví a hundir, volví a reír,
me rendí y me volví a levantar
también por ti...!
¿Y ahora me dices que si no sé colgar
un puto cuadro en la pared,
que si mi apoteósica inmadurez es
digna de los mundos azules de Avatar,
que no sé lo que es el amor
y que no entiendo a las mujeres...?