Cerca de la reja donde el jardín se acaba,
el canto de un amoroso arroyuelo,
era poesía sumergida en aquella juguetona calma
que entre árboles vestidos, cañas y juncos,
purificaban a encendidos rayos con su hermoso verdor.
En las cercanías unas rosas de mayo,
acariciaban pétalos de almendros pintados de blancuras
entre rumores de alas entre verdes ramas,
en un escenario único donde todo sonaba a Dios.
Éste poeta que estaba en posición arrodillada
era un beso pegado al agua
con la ternura colocada en una boca cerrada
llena de un sediento deseo,
donde todo el paraje estaba expectante, incluso el aire,
hasta que me sentí invadido
por el torrente fresco de aquella mirada
asemejada a la mía,
que se hizo cuerpo en mi boca
como un beso en un instante encantado
rebosante en su reflejo.