Déjenme solo esta noche,
que es noche porque alguien
se llevó el sol una tarde sin destino,
y me dejaron, por luceros,
los ojos de un amor que nunca vuelve,
de un amor que no se va.
Quién, díganme quién,
no ha sentido esa sombra tibia
que arde al fondo de un trago,
apurado en la copa del silencio,
esperando ahogar el eco
de una pena que le muerde el alma.
Quién no buscó, alguna vez,
en la espuma fugaz de una cerveza,
un lugar para enterrar
los restos grises de un beso perdido,
esos besos que se fueron
una tarde que no sabía hablar.
Quién no quiso encontrar su reflejo
en el trinar azul de una guitarra,
atrapar una canción
que repitiera su historia fría,
la que la vida, golpe a golpe,
escribió en su pecho de montaña.
Déjenme solo esta noche,
que es noche porque alumbran
faros negros en las rocas
de un mar que lleva en sus olas
un amor que nunca vuelve,
un amor que no se va.