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Me gustan las tardes soleadas de invierno. Como la de hoy. Y me gusta especialmente el sonido que hace una gran ola de mar al estrellarse contra las rocas. No sé muy bien por qué. Tal vez, porque es un sonido poderoso, limpio, transparente. Tal vez, porque es como si se estuviese estrellando de lleno contra mi corazón, obligándolo a reaccionar. Aun así, mi corazón reacciona y late más y más rápido, sintiendo, en cada una de sus minúsculas cavidades, ese golpe de mar estrellándose contra él.
También me gusta caminar por sus orillas, a paso bien lento, contemplando su inmensidad, su color, sus vaivenes, su inigualable y pacífica belleza. Sentir la arena bajo mis pies descalzos y la brisa ensalitrada alborotándome el pelo. Y el alma. Así, como el mar, puedo pasar de un estado de completa calma, de serena paz y quietud, a sentir la más huracanada de las tempestades.
Miré hacia adelante. Vi la escollera. Mi corazón deseaba ir hacia las rocas, ya las venía observando unos metros más atrás. Mi mente lanzó enseguida su advertencia: Me quedaba mucho más lejos y era más riesgoso. Una mejor opción sería sentarme cómodamente a contemplar el mar en las rocas que reposaban en la base de la escollera y que se encontraban al mismo nivel de la arena. Además, eran más grandes para poder rescostarme y daba el sol de lleno. De repente, comprendí algo: Mi mente y sus pensamientos, aquellos que irónicamente nos aprisionan cuanto más los dejamos libres, estaban consiguiendo que yo, guiada por ellos, tomara el camino más fácil y que así, me dirigiera hacia esas rocas cómodas que se encontraban cerca de allí, al mismo nivel de la orilla, porque llegar no implicaría grandes esfuerzos. Si quería subir por la escollera, debía recorrer una mayor distancia, subir las rocas, con todo mi equipaje y mochilas, ya de por sí bastante pesadas y que hacían que corriera el riesgo de tropezar, de resbalar y de caer sin remedio por los innumerables resquicios con los que me encontraría por el camino.
¿Qué pensé hacer finalmente? No lo sé muy bien. Ni siquiera estoy segura de haber pensado realmente. Sólo sé que mi cuerpo reaccionó. Despertó. Empecé a correr por la arena de la orilla, por donde, unos instantes antes caía en contemplación a paso lento y tranquilo. La música del mar seguía de fondo, con su latir incesante en mi interior y en mi alma. Y corrí. Corrí hacia la escollera buscando el mejor camino para trepar y subir a sentarme donde anhelaba.
Una vez arriba, busqué aquella roca ideal donde me sentaría a contemplar el mar desde bien cerca, a sentirlo, a cerrar los ojos y a oír aquel sonido. Aquel sonido, he descubierto casi sin querer, que es mi favorito de todo el universo. Lo que no pude anticipar fue que, apenas unos momentos después de sentarme en la roca que había elegido, una gran y poderosa ola rompe contra las rocas y me empapa entera. Así, de pies a cabeza.
No sé muy bien por qué. Aun así, sé que fue en ese preciso instante donde empezó todo. Tal vez porque cerré mis ojos y reí. Tal vez porque sentí una bella gratitud hacia esa ola magnífica que me empapó el cuerpo. Y el alma. Comenzó allí mi inspiración y hasta ahora continúa. Como el mar.
El mar. El mar y su admirable capacidad heroica de volver atrás y reimpulsarse, de empezar de nuevo, y después, de reemprender su camino aunque sepa muy bien que las rocas están aguardando al final. Y ahí, justamente en el final, en la rompiente, tiene la valentía y la determinación de estrellarse igual, porque sabe que luego podrá reinventarse, transformarse y volver a convertirse en ola. Aunque, antes de que eso suceda, disfrutará de la calma previa para poder rearmarse, encontrar las fuerzas y el valor, y así, volver a tomar impulso.
Ahí está. Por eso es. Por eso me gusta tanto el sonido de las olas al estrellarse contra las rocas.
Gracias universo por este regalo.
Ahora sí. Recuerdo que estoy empapada y vuelve el frío. Aunque siento el sol acariciándome la piel de la cara, el frío me invade. Aunque eso ya no importa. Respiro profundo. El olor a salitre y el viento (sí, ahora se levantó el viento reclamando su soberanía de mi bella Mar del Plata) me limpian el alma de una manera sensible y hermosa. Gracias por el regalo de este instante mágico, por ofrecer-me y compartir-me la sabiduría de un universo que me envuelve en su inmensidad. Y yo, soñadora peregrina, como siempre, intento convertirla en palabras.
Reflexiones de la vida misma, del deseo y la razón, de la conformidad y el riesgo, de la lucha y la valentía, del amor.
Vuelvo a reírme. Miro mi brazo y compruebo que tengo piel de gallina. Satisfecha, y sintiendo una paz indescriptible y una energía renovada, emprendo mi camino de regreso. Regreso a reinventarme para volver a tomar impulso. Como el mar.
A-mar tu inmensidad, tu pureza.
Tus tempestades y tu calma.
Tus sonidos y tu belleza.
Tu fuerza y tu valentía.
Gracias por tu paz.
Siempre es lindo
volver a verte
para reencontrarme.
Se siente bien.
Ceci Ailín 🌊