Carta sin fecha
Sentado, meditando, me vino tu recuerdo
como una escena alegre que nunca volverá...
No paro de pensarte, sabiendo que te pierdo
así, tan de repente, volcado en un quizá.
Quizás estando solo, de frente, cual ocaso
te diga justamente las cosas del adiós.
Le doy vuelta a la vida después de mi fracaso
y siempre está tu nombre, tu nombre acá entre nos.
Escribo una palabra pensando en otra cosa
por ser un buen motivo fulgente de olvidar.
En eso mi cuaderno te nombra misteriosa
porque, como te digo, no dejo de pensar.
La carta que te escribo, no lleva ni la fecha,
no lleva ni la fecha, lo bueno y lo mejor...
por eso mi retrato lo sepultó tu flecha;
aquella envenenada con egos del amor.
Camino entre la sala, perdido y sin camino,
siguiendo la alborada, la dicha, un no sé qué...
y luego me detengo, después de tomar vino
echándole las culpas al trago de café.
Escribo una palabra que no me dice nada
y quiero hasta arrancarme, de pronto el corazón;
deshojo mi cuaderno, la noche está estrellada,
¡qué culpa tiene el pobre que pierda mi emoción!
Y voy de trago en trago diciéndote estas líneas,
borracho de recuerdos, sumido al alcohol:
las fibras de mi cuerpo son todas curvilíneas,
el sueño y la esperanza son flama de charol.
No sé a quién preguntarle qué ha sido de tu vida,
que, desde que te fuiste no dejo de sufrir.
Tu nombre y tu retrato son causa de esta herida,
regresa pronto mi alma, que puedo hasta morir.
Le pongo fin al texto que dejo en estos versos
a prueba de dolores, bogando sin cesar.
Yo soy como las olas con rumbos muy dispersos,
tú, corres como el río, dejándome llorar.
Samuel Dixon