Sin querer rocé sus manos mientras íbamos
por el río, entre las piedras,
las yerbas y las flores silvestres que iban
desnudando sus aromas
sobre el aire.
Las aguas cristalinas corrían, salpicaban
y apenas cubrían sus tobillos,
mientras sus manos parecían peces en el aire
jugando con las mariposas…
Me senté sobre una roca a mirarla en silencio,
pensando ser feliz con ella
y sentía que el día brillaba más
cuando sonreía
como una loca
y sus pupilas me encendían los colores.
Como sería el milagro entonces, que nos caímos
a mirar el horizonte
bajo un viejo álamo
y al primer beso
amaneció la noche con todos sus astros
sonrientes.
Como será el milagro que aun ahora, después
de cuarenta años
bajo el mismo álamo
estamos apretados, mirando el horizonte
sangriento
saboreando aun las humedades del primer beso.