Recibí de misteriosa manera
aquel lejano, esquivo y encubierto
el jamás bienvenido mensajero
que las malas primicias acarrea
aquellas nuevas que nunca se esperan
y que nos asombran con cruel cinismo,
cinismo, pues sabiendo lo sabido,
hipócrita evadimos lo evidente
que no hay realidad más inminiente
que la conclusión de un sustantivo.
Lo arropé como se acoge un amigo,
como fiel y constante compañero
fugaz agregado de momentos,
hábil navegante conocido,
no obstante de tanto tiempo vivido,
en mis afecciones de hace unos años
tuve la paciencia de mirarlo,
fue en el frío destemple de mi cuerpo
que a mis pulmones les faltó el aliento
y doña muerte acompaño mis pasos.
Nuevamente te acojo y te recibo,
precisas una de mis dos certezas
pregonero oculto de mis sendas,
mas hoy arribas con mi cuerpo erguido
miro sin miedo, con mis ojos fijos,
para solo entregarme una misiva
recibida con viveza agradecida
generosa y sutil delicadeza,
soplar con suavidad a mi conciencia
amable y delicada cortesía.
Veinte años le restan solamente
al imparable kronos de tu aliento
veintena de singular intento
de mantener el palpitar latente
íntima unión del alma, cuerpo y mente
en la singularidad de tu nombre,
solo un tercio te queda de ser hombre
del súbito transcurso de tu historia
anunciado estás que ya tus horas
tienen día y minuto de redoble.
Oigo atento la clara profecía
lejano al miedo y sin temor artero
en que la muerte vuelve por sus fueros,
como quien escucha una melodía,
más allá de la noche llega el día
de abrir los ojos a la realidad
serena, que nubla la obscuridad
artera con una nueva esperanza,
la de disfrutar en la algaraza
el tiempo que me quede por quedar.