Luis Ernesto Hernández Aguirre

AÚN VEINTE

Recibí de misteriosa manera

aquel lejano, esquivo y encubierto

el jamás bienvenido mensajero

que las malas primicias acarrea

aquellas nuevas que nunca se esperan

y que nos asombran con cruel cinismo,

cinismo, pues sabiendo lo sabido,

hipócrita evadimos lo evidente

que no hay realidad más inminiente

que la conclusión de un sustantivo.

 

Lo arropé como se acoge un amigo,

como fiel y constante compañero

fugaz agregado de momentos,

hábil navegante conocido,

no obstante de tanto tiempo vivido,

en mis afecciones de hace unos años

tuve la paciencia de mirarlo,

fue en el frío destemple de mi cuerpo

que a mis pulmones les faltó el aliento

y doña muerte acompaño mis pasos.

 

Nuevamente te acojo y te recibo,

precisas una de mis dos certezas

pregonero oculto de mis sendas,

mas hoy arribas con mi cuerpo erguido

miro sin miedo, con mis ojos fijos,

para solo entregarme una misiva

recibida con viveza agradecida

generosa y sutil delicadeza,

soplar con suavidad a mi conciencia

amable y delicada cortesía.

 

 

Veinte años le restan solamente

al imparable kronos de tu aliento

veintena de singular intento

de mantener el palpitar latente

íntima unión del alma, cuerpo y mente

en la singularidad de tu nombre,

solo un tercio te queda de ser hombre

del súbito transcurso de tu historia

anunciado estás que ya tus horas

tienen día y minuto de redoble.

 

Oigo atento la clara profecía

lejano al miedo y sin temor artero

en que la muerte vuelve por sus fueros,

como quien escucha una melodía,

más allá de la noche llega el día

de abrir los ojos a la realidad

serena, que nubla la obscuridad

artera con una nueva esperanza,

la de disfrutar en la algaraza

el tiempo que me quede por quedar.