Tumbado plácidamente en mi cama
el sueño me transportaba al más allá
de pronto un ruido, un murmurar
me hizo espabilar.
El ruido de unos muelles, el vaivén
me puso en alerta, y escuché
detenidamente lo que acontece.
Se oía un suspirar profundo
lleno de ansiedad, acelerado,
como cuando dos cuerpos
quieren sentirse uno,
bailando un tango apasionado.
El respirar, cuan veleta al viento
iba en aumento
y en gemido
se iba convirtiendo.
Dos cuerpos revoloteando,
como palomas en su apareamiento
como si estuviesen en un concierto
de música de viento.
¿Qué sudores, madre! imaginaba
mi cerebro en flama,
al imaginar de forma sutil,
el berrido de los arces
cuando están en celo
buscando su pareja
para copular en secreto
Los vecinos sudando amor,
regodeándose
en su festín peculiar
yo en mi soledad,
sin mi complemento
Aquella noche de Halloween,
en secreto
me puse a llorar
solo y desvaído,
sin hada madrina,
sin poder eclosionar.
¡Qué tristeza la mía!
en ese momento,
acordándome de ti,
de tu barco, de tus sueños,
de tu almeja, de mi pensamiento.
De la succión de mis aristas,
de mi eclosión láctea
de los amores marchitos
que se encuentran solitarios
como los nenúfares en el agua.
De pronto oí el gemido,
como el aullido de un lobo,
me deja aturdido
mientras, como en un ensueño,
veo a una silueta pasar
es cupido que viene a socorrer
a este desvalido
con su alegre cantar,
¡Qué diversión!
Todas las noches las quisiera
con esa musa y su resplandor.