Camino por la quebrada
sin brújula ni sextante
descalzo y sin provisiones,
perdido y sin equipaje.
Envuelto en nieblas y hielos
arrastro mis pies descalzos,
la cantimplora vacía,
el zurrón como estandarte;
mientras el viento me azota
y aúlla desafiante
ando y desando mis pasos
sin reconocer a nadie
sin saber de dónde vengo
ni cuando llegaré al valle,
a esa tierra prometida
con que sueño cada noche
desde este zulo mugriento,
tiemblando de frio y hambre,
antes de cerrar los ojos
me acuerdo de santiguarme
y rezar las oraciones
que me hizo aprender mi madre
mientras las lágrimas brotan
acidas, frías, distantes
y voy perdiendo recuerdos
en ese negro aquelarre
de gritos, rostros y voces
que aúllan a cada instante,
pero el cansancio me agobia
y me desgarra las carnes,
cierro los ojos y siento
que no quiero despertarme.