Una vez en mi juventud, cuando menos lo esperaba,
anocheció muy temprano.
No hubo un atardecer, porque el sol desapareció, y
me detuve en seco debido a la dificultad para moverme.
La oscuridad llegó rápidamente, no pude seguir más,
ni rastro de la luna esa noche.
Toda la luz desapareció y nada se movió,
todo tipo de energía parecía haberse detenido,
era un apagón.
Aterrados, todos huyeron sin rumbo en
todas las direcciones, gritando de miedo,
perdidos e incapaces de ver.
Pocos tuvieron la suerte de recibir la ayuda
de un ciego, mientras que otros encontraban
refugio en la región norte, sin poder moverse
debido a la ausencia de luz.
De repente aparecieron explosiones brillantes en la
zona sur, y todos vieron estas luces, creyendo que
había una esperanza de salvación.
Corrieron desesperadamente, pero esta vez hacia
el sur para estar cerca de la luz.
Sin ningún sentido, luchaban entre ellos para llegar
primero, me quedó claro que la oscuridad nos había
alcanzado.
Llegando al final del viaje, un resplandor en las alturas
les llamó la atención.
Descubrieron que la verdadera fuente de luz era un
dragón que exhalaba fuego por la boca, incinerando
la torre de un castillo nuevo.
Poco después, otro dragón apareció de la nada
y en cuestión de segundos, sin ningún tipo
de esfuerzo, redujo a cenizas la segunda torre.
¡Ellos no supieron qué hacer!
Todos quedaron sorprendidos, inmediatamente se
dispersaron, para escapar de las llamas de los dragones.
El norte no había sido seguro para todos debido a su
oscuridad, y pensaron que habían encontrado esperanza
en el sur.
Se dieron cuenta de que la luz del sur no era segura,
sino dos dragones de fuego mortales y hambrientos.