Ella, atada en sus nervios, se sentó algo temerosa en el borde de la cama.
—Dijiste que esta noche me harías ver las estrellas.
—Y no te mentí— dijo él mientras se paseaba por la habitación preparándose. —Nunca lo haría.
—Esta noche te haré ver las estrellas y la Luna. Serás en mis brazos ese poema de verso que cualquier poeta hubiera soñado. Dejaré caer en tí la lluvia prometida por mis nublados días; cojeré con mis labios de tu piel esa humedad para hacerla fantasía.
Seré noche y día a la vez; tú en cambio serás mis tardes y amaneceres en donde yo podré contemplar esa puesta de Sol en tus ojos. Así sabrás de seguro cuánto te he soñado en cada noche en que pasé amándote en mi mente y mis rimas.
—Pareces un poeta— murmuró ella.
—Claro que no lo soy. No tengo pasta para serlo. Mis rimas en veces se alejan de mí a falta de su poema.
Dices que parezco un poeta, pero mi voz no baila a ese acompazado vaivén de las palabras de uno real porque me embriaga esa realidad que se esconde en mi soledad.
Dices que parezco un poeta, pero te tengo aquí, al borde de mi cama inquiriéndome con justa razón tus rimas correspondientes. Y no sé cómo regalártelas para que por lo menos me pienses durante mis ausencias.
Dices que parezco un poeta, pero mis propias rimas se esconden de mí. A veces parecieran querer brotar de mis dedos, pero no hallan esa hoja en blanco que las merezca. Así me pierdo en la angustia propia de mis soledades.
Dices que parezco un poeta, pero a veces veo las estrellas sin sentido alguno, como queriendo buscar alguna respuesta para nuevas rimas; quizá yo halle en ellas y su brillo intenso una nueva alegoría de lo que pudiera llamar poesía.
—Está bien— dijo ella, —quizá te ayude tendiéndome en la cama a completa disposición tuya.
—No es así de fácil. Mis nervios me ganan. Aún así, mirándote a los ojos, me prometo esta noche grabarla en tu mente para hacer nuevas rimas en tus pensamientos; que te exites con mis versos; que me hagas el amor enloqueciéndote con mi ortografía; que mis letras sean eternas en los misterios de tu piel. Quizá así de seguro seré en tí más que una simple fantasía bañada en los sudores de tu placer.
Ella aún así se tendió suave sobre la cama; su cuerpo le pedía dejarse llevar por la suavidad del momento, pues su Luna esa noche brillaría con más intensidad de lo habitual.
Lentamente se desnudó mientras él la contemplaba impávido con su belleza. Intentó acompañarla en sus caricias, y aunque la complejidad del momento le traicionaba, finalmente se dejó llevar por sus manos con locura.
—Esta noche te amaré más que el cielo a las estrellas y su Luna.
No quisiera ser ese poeta que habla más de lo que escribe —continuó, —quisiera ser esa rima que me gritan tus ojos; esa sensación que te acompaña durante este momento en tu piel; esa fantasía que grita por un nuevo cuento de amor en tu mente; ese alcohol con el que te embriagues hasta enloquecer.
Quisiera ser quien te ame más de lo debido, como si estuviera prohibido y nosotros cometiéramos un delito durante esta noche, y que nuestra prisión sea ese sudor que humedecerá nuestra piel bajo los barrotes de nuestras caricias.
Quisiera ser más que ese universo que acompaña la profundidad de tus ojo; perdeme en esa locura que me agobie durante la eternidad de tus astros; hundirme en la gravedad de tus agujeros negros para reaparecer convertido en todo un poeta.
Quisiera ser ese Sol, el que con sus planetas sean más que un simple sistema, sean una poesía elevada a la grandiosidad que se nota en la lejanía de su brillo, pues aunque inaparente, en él se guarda la vida que le dan sus rimas.
Ella, aún nerviosa, ya esperaba desnuda en la cama. ¡Era más que fantasía el observar la desnudez de tal obra de arte! De seguro cualquier poeta se emborracharía tan solo con probar de su piel sus versos cual si fuera licor embriagante.
Él, ya desnudo, besó cada centímetro de su ser como queriéndose perder en esa locura tan prometida en su rima. Así sus besos acompañaban los sobresaltos nerviosos de quien se hunde en una noche con su música de dulce melodía.
Sus besos de a poco iban humedeciendo y transformando en rimas cada rincón de su piel. En veces se detenía como queriendo hermosar el final de un verso para volverlo así más épico, como digno de un mundo de fantasía.
Y mientras la Luna brillaba al compás de los gemidos de tal diosa, él, abriendo sus secretos al final de su cuerpo y así como si nada, como si finalmente se hubiera perdido en esa feroz locura llevado por la pasión de la humedad de sus labios, supo con su lengua convertirse entre los espasmos afrodisíacos en ese poeta tan soñado, autor admirable de un erótico poema de belleza, lujuria y fantasía.