Un trueno azul y seco me despertó,
y en el anonimato de mi sueño con la noche,
la lluvia compuso su melodía
sonando en los cristales
con monotonía impasible.
Un nuevo trueno gritó su poderío.
Di la luz.
Miré el reloj del teléfono y una palabrota
surgió de mis entrañas.
Me levanté y, medio dormido,
componiendo un caminar sin referencias,
llegué a la ventana.
Las farolas alumbraban.
La frías gotas caían alrededor
de las bombillas encendidas, con la altanería
de quien se cree invencible.
Bajé la persiana y otra imprecación
salió majestuosa al darme cuenta
de la obligación de limpiar mañana los cristales.
Me metí en la cama y un pensamiento
me sedujo: la lluvia riega los campos agostados,
limpia el asfalto negro y sucio
y mancha los cristales de mi cuarto.
¡ La lluvia no es para tanto.!