No dobles tus rodillas
ante una estatua de oro
porque hay un Dios que libra
de leones y de hornos.
Temía por mi vida
y creí morir solo,
mojadas mis mejillas
sentí perderlo todo,
mas Dios y mi familia
me sacaron del hoyo.
De aquella pesadilla
me desperté siendo otro;
hoy la esperanza es viva
y al cielo me remonto:
Fénix de sus cenizas
que espera tu retorno,
con lampara encendida
y bien erguido el rostro,
sin temer la caída
ni vergüenzas, ni oprobios.
Si mantengo escondida
la luz del testimonio,
¿Cómo alzaré la vista
a tu cielo, a tu trono?
Todas tus maravillas
son para mí tesoros,
que aunque los contradigan
sus lenguas y sus ojos,
estarán de por vida
en mi alma, en lo más hondo.
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