No dudo de mis ojos crudos, los dientes táctiles con retintineo, las manos verde selva.
Me dicen que mi cuerpo está alzándose.
¿A dónde, contra qué?
Y suelto mis amuletos, mis cadenas de oro.
La arena me entierra, pero mis manos escarban.
Me hallo más liviano, desprovisto.
Los hechizos estallan, se hacen al polvo.
Un haz de luz tenue y vespertino se cuela a nuestras espaldas.
Es hora de la partida con suspense.
Hay que dejar estos cuartos, estos lares, estas vistas sin suerte.