Se quedan siempre atrapadas
en las agujas del tiempo
las ilusiones que un día
bordaron los sentimientos
tejidos con los vapores
de los ardientes deseos
que despertaban los rayos
de algunos ojazos negros
que tenían de la noche
los embrujantes misterios
que cautivaban el alma
con sus mágicos destellos.
Lo mismo que en los jardines
cuando florece el romero
siempre dejan sus esencias
navegando en los recuerdos
con esa tenue fragancia
que perfuma nuestro ensueño
y tiene etílico aroma
que nos embriaga el cerebro
haciendo nuestros instantes
un mundo de luces llenos
donde palpita intranquila
la huella de amante beso.
Lo mismo que la gaviota
cuando levanta su vuelo
y sale a buscar el nido
donde nació su gorjeo
hilado con los acordes
de celestiales arpegios;
a la memoria regresan
aquellos tiernos momentos
que nos brindaron la gloria
entre suspiros inquietos
dándole luz al camino
de lirios blancos cubierto.
Y por eso los amores
que anidaron nuestro pecho
cuando abrigamos la aurora
de esplendorosos excesos
que dieron a nuestra vida
del amor su sacro fuego;
renacen como las rosas
cuando el rocío de invierno
humedece con ternura
su sedoso y rojo pétalo
haciendo de aquel entonces
el más romántico lienzo.
Estará siempre en el alma
aquel magnánimo gesto
de la divina sonrisa
que diera al placer acceso
y que hiciera de una estancia
de pasión lúbrico templo
donde se rinde homenaje
al Dios Pan y al Dios Eros
libando los dulces vinos
de afrodisíacos senos
que nos dieron con sus copas
el paraíso supremo.
Autor: Aníbal Rodríguez