La hojilla de afeitar sobre el rasurado de la hierba,
piedras en la molleja que disgregan un gargajo
derretido por la propia derrota de uno mismo.
Naves quemadas en el ocaso de mi yo
por antorchas a traición del viento austral.
Esqueletos que sonríen boquiabiertos,
colgados desde el ajuar de la locura, compiten con las luces de ilusiones venideras.
Entreno para estar fuerte y blandir la coartada, hoy en forma de estampida de elefantes africanos, asustados por lo único que no pueden controlar.
- Los truenos de la tormenta -
Miro hacia el lado de dentro del sendero
mientras un pie se me resbala hacia el abismo.
Ya no sudo de frío.
A pesar de la pesadilla
infiltrada en mis estrías,
mis brazos quedan a la luz
y mi cara boca abajo
demediada en salsa agridulce.
Los erizos pinchan si los coges con cuidado
pero revientan si les pasas por encima.
Mi resistencia asediada por la percepción del golpe.
Resiliencia inútil sin la capacidad de la mentira.
Pantomima y circo a raudales,
y yo, de resaca y escondido en un saco oscuro y calentito.
Me salté las clases de civismo y disimulo.
Tengo ganas de matar a casi todos,
pero eso no se dice.
La reina del carnaval podría salir ardiendo…
No sería la primera vez.
Pero eso no se hace.
Resoplo un sistema solar hacia mi pecho
Y lo reinflo inviertiéndolo en un moco de griposo.
Mientras, mis lágrimas lo acarician intentando que no estalle
Pero la sal corta al mucílago y me revientan los mundos, sus gentes, las miserias, los perdones, las ofensas y los egos en TODA LA PUTA CARA.
Y es cuando el silencio se sienta a tu mesa y te cuesta sonreir, y llorar, y la llave se cierra, y todo se seca sin permiso, y toca aguardar a que la nube convectiva del delirio descargue a puro suelo cacharrazos de nueva realidad dopada de esteroides.
A nadie le importan los jodidos erizos atropellados, seamos sinceros.