edgardo vilches

SEMBLANZA SIN ALMA

Entre renglones prematuros

y embadurnados soles que existieron en el ayer;

entre  húmedos retratos del tiempo,

que descansan en papeles de sueños

raídos por el futuro incierto…

 

Voy caminando entre las voces de los pasatiempos del otoño

insistiendo con las superficies de los astros,

que huérfanos de equinoccios

sucumben en el iris de un astrónomo

prófugo de sus propios avistamientos.

 

Voy rozando los dulces escaparates de la niñez,

donde un corazón alado de inocencia

observó la muerte de los años,

hasta que tuvo que salir

a un país de reyertas ingratas,

pletóricas de atardeceres.

 

Son las manos oscurecidas

de un corazón que expropió su destino,

como una flor que se expandió

en un universo de juguetes rotos,

en las avenidas silenciosas,

que bombardea el inconsciente

con nuevos paradigmas para el silencio.

 

Son las alas de la última estrella

que coronó una ventana infinita

en la sequedad de un desierto de almas

que fueron eclipsadas por la anatomía tonta

de una oruga enardecida por la historia.

 

Son los dilemas de las voces

que se acobardan en los espacios cerrados del corazón,

que por alguna razón, flotan en los arenales de planetas extintos,

donde pobres y oxidadas bujías de automóviles,

anclados en los talleres de los siglos del espanto,

reposan la muerte de los aceites densos, de los fierros gastados

y las herramientas ingratas de un adiós.

 

Son los antiguos seres, que llegaron a mi poesía

con ciertos mensajes que mi mente aún no codifica,

porque está afiebrada por el brillo de los bronces,

que se convirtieron en tiros de escopetas,

huyendo de los sinsentidos de los verbos

que extravió la porfiada memoria.

 

Voces

que aglutinadas en las paradas

de los buses del silencio,

llenan con pasajeros atribulados

por las alturas inconmensurables

de los destinos abyectos;

desencajados por las capas acuáticas

de las retinas encendidas de la mente,

que se quedaron blanqueadas

en las estepas ignoradas de los espejos rotos;

en una teoría precaria,

que nunca aprendió del estupor de los días,

y se va sin dejar nada atrás…

 

Son los globos de los ojos

que inundados de lágrimas

llevan un frío invierno al otro lado del planeta,

donde espesas rachas de viento

hacen temblar las casas viejas,

ocupadas por los fantasmas,

que alguna vez tuvieron una voz que escuchar

los callados atardeceres rojos, junto al mar

llenos de colores tenues…

son pájaros marinos, que asustados por las soledades

se niegan a emprender vuelo…

 

Son los verticales sonetos de las cosas

que entran en colisión con las realidades,

que se caen entre muertos pensantes

en la orilla del camino,

haciendo temblar a los trenes

moribundos del siglo XX.

 

Son los espejos que nadan

entre las peinetas viejas y dentífricos escuálidos

que llenan el horizonte

de hedores y moho endurecido por el tiempo

que se pega a la piel y señala la ruta

de la muerte que próxima

escribe los epitafios de los poetas desaparecidos.

 

Es la poesía,

que habla por sí misma

en rincones virtuales,

expresando las postreras notas

de una palabra que está hecha con golpes duros.

 

Poesía que se encauza en una calle del espacio-tiempo,

con alas rotas y llena de aroma de vida y muerte,

que intenta una resurrección en la cruz de las espigas de un verano sediento,

con garrotazos de calor

que queman la piel hasta los huesos

de un esqueleto que vive sin alma demasiado tiempo.