Entre renglones prematuros
y embadurnados soles que existieron en el ayer;
entre húmedos retratos del tiempo,
que descansan en papeles de sueños
raídos por el futuro incierto…
Voy caminando entre las voces de los pasatiempos del otoño
insistiendo con las superficies de los astros,
que huérfanos de equinoccios
sucumben en el iris de un astrónomo
prófugo de sus propios avistamientos.
Voy rozando los dulces escaparates de la niñez,
donde un corazón alado de inocencia
observó la muerte de los años,
hasta que tuvo que salir
a un país de reyertas ingratas,
pletóricas de atardeceres.
Son las manos oscurecidas
de un corazón que expropió su destino,
como una flor que se expandió
en un universo de juguetes rotos,
en las avenidas silenciosas,
que bombardea el inconsciente
con nuevos paradigmas para el silencio.
Son las alas de la última estrella
que coronó una ventana infinita
en la sequedad de un desierto de almas
que fueron eclipsadas por la anatomía tonta
de una oruga enardecida por la historia.
Son los dilemas de las voces
que se acobardan en los espacios cerrados del corazón,
que por alguna razón, flotan en los arenales de planetas extintos,
donde pobres y oxidadas bujías de automóviles,
anclados en los talleres de los siglos del espanto,
reposan la muerte de los aceites densos, de los fierros gastados
y las herramientas ingratas de un adiós.
Son los antiguos seres, que llegaron a mi poesía
con ciertos mensajes que mi mente aún no codifica,
porque está afiebrada por el brillo de los bronces,
que se convirtieron en tiros de escopetas,
huyendo de los sinsentidos de los verbos
que extravió la porfiada memoria.
Voces
que aglutinadas en las paradas
de los buses del silencio,
llenan con pasajeros atribulados
por las alturas inconmensurables
de los destinos abyectos;
desencajados por las capas acuáticas
de las retinas encendidas de la mente,
que se quedaron blanqueadas
en las estepas ignoradas de los espejos rotos;
en una teoría precaria,
que nunca aprendió del estupor de los días,
y se va sin dejar nada atrás…
Son los globos de los ojos
que inundados de lágrimas
llevan un frío invierno al otro lado del planeta,
donde espesas rachas de viento
hacen temblar las casas viejas,
ocupadas por los fantasmas,
que alguna vez tuvieron una voz que escuchar
los callados atardeceres rojos, junto al mar
llenos de colores tenues…
son pájaros marinos, que asustados por las soledades
se niegan a emprender vuelo…
Son los verticales sonetos de las cosas
que entran en colisión con las realidades,
que se caen entre muertos pensantes
en la orilla del camino,
haciendo temblar a los trenes
moribundos del siglo XX.
Son los espejos que nadan
entre las peinetas viejas y dentífricos escuálidos
que llenan el horizonte
de hedores y moho endurecido por el tiempo
que se pega a la piel y señala la ruta
de la muerte que próxima
escribe los epitafios de los poetas desaparecidos.
Es la poesía,
que habla por sí misma
en rincones virtuales,
expresando las postreras notas
de una palabra que está hecha con golpes duros.
Poesía que se encauza en una calle del espacio-tiempo,
con alas rotas y llena de aroma de vida y muerte,
que intenta una resurrección en la cruz de las espigas de un verano sediento,
con garrotazos de calor
que queman la piel hasta los huesos
de un esqueleto que vive sin alma demasiado tiempo.