Me encontré en el rellano
con el poeta trasnochado,
el de las soledades a tientas,
el que lloraba mirando el mar,
mientras decía con sorna
que aquello era un regalo,
tanto mar
y por él
todo de lágrimas inundado.
Alguna vez le dije buenas
y el me contestó con sarcasmo,
que la buena era su mujer
y que ahora se la trajinaba un fulano.
No me gustaba su jerga,
intentaba no cruzar palabras
con quien siempre me salía por algo.
Felices Navidades le dije otro día,
y me salió con el tema del maltrato
a los perros y a los gatos,
y de la victoria de la carne
sobre el hueso pelado.
Ayer salí de casa y vi una esquela
en el suelo del rellano,
decía con letras grandes
que se había enamorado
y que lo suyo era ahora
aprovechar bien los ratos,
pues la vida es breve
y las soledades
si van acompañadas de tragos
no se ajustan nunca
al precio del mercado.