En bermellón he firmado, en esta noche inusual
podrida en el resplandor enlutado del desconcierto,
un cuadro angustioso, premeditado,
replicado por mi mente del lienzo bestial
pintado por Goya en la Quinta del Sordo,
donde un dios, que no quiero nombrar,
devora a uno de sus hijos,
por miedo a ser destronado.
En mi pintura, esa criatura infame,
de blondos cabellos, ojos ciegos,
sonrisa desordenada y bergante expresión,
se alimentaba de ciudadanos,
con abrumadores mordiscos descoloridos de sangre,
sin clemencia por la edad,
sin misericordia por las enfermedades,
en una borrachera de saña y convulsiones malignas,
repetida cada día que la guerra,
como un Gargantúa todopoderoso, ataca.
Todo mi cuerpo ha segregado una desazón biliosa
que me ha despertado,
enredado en la soledad de mi habitación,
que por un momento he creído el matadero.