Asi llamamos al lugar
donde jugabamos de niños
y que continua siendo espacio
de encuentro para los mayores.
Como si el tiempo no pasara.
En él, aun subsiste, una cruz ferrea
de los vencedores
de una absurda guerra,
apoyada por una iglesia,
nada evangelica.
Hoy paseo por ese lugar,
a lo sombra de unos arboles,
que permanecen en el mismo sitio, ajenos al tiempo que pasa.
A su cabecera, una ermita
guarda la imagen de un crucificado,
al que venera todo el pueblo,
como si fuera su emblema.
Los reales, anonimos y desconocidos, pasean cada dia nuestro lado.
Pero pareciera
que nos hemos vuelto ciegos.
A sus pies, un fronton donde se jugaba a la pelota a mano
y no dolia.
Allí en estos días tocan las orquestas,
que animan a los vecinos en las fiestas del pueblo,
cada vez mas reducido.
Por detrás, un parque infantil
donde solo un tobogan,
como si fuera un simbolo,
ha resistido todas las reformas
que la modernidad ha traido.
Ese lugar es como la cabellera despeinada del pueblo.
Lo que le hace reconocible.
Sus bancos de piedra
han sido testigos mudos del dolor,
de alguna muerte en su desfile
hacia el cementerio.
En ellos tambien ha reposado
el amor adolescente,
recien estrenado,
en noches sin luna.