Sólo el miedo consigue ponerme a salvo
cuando las flamas ardientes, extremas,
brotan con los datos diarios de las guerras.
Queman, al ser recitados como suspiros mortificantes,
mi lívida tez y me prenden con su fuego.
¡ Todo se consume en brasas ciegas
encendidas con las ramas quebradas
y acumuladas por los muertos. !
Las realidades de esta vida sin rimas ni piropos,
de sus hechos tangibles,
disparados sobre la diana agitada que cubre mi corazón,
me zarandean, me acusan,
la cobardía es el baldón que me afrenta el alma.
Sólo me queda ya rezar, ponerme de rodillas,
alejado de la altivez,
bajo el baldaquino morado del dios en quien creo,
y tratar de acceder a sus dominios
con plegarias y oraciones que desborden mi naturaleza.
Soy un humilde y rústico profano
que invocará ayuda al Dios de sus creencias,
no soy erudito, camino por la rotonda
donde la vida y la muerte revolotean,
entre carcajadas o llantos,
en consorcio con mi destino:
¡ Son las guerras barahúndas incontenibles
que más deseo erradicar que saber definirlas.!