Los patines oxidados se hicieron a la calle. Los viejos recuerdos aparecieron como una película barroca cargada de imágenes poéticas. La policromía de las emociones aumenta, como aumenta la curiosidad a la espera de una sorpresa. Los pitucos, muchachos hijos de papá, siempre alardeando con sus patines de botín contra el hermoso patín de correa, el cual recupera su vitalidad con la fuerza extraordinaria de un David cuando se empuja con alegría, y se deja atrás la rabia de ser descubierto en su pobreza material, sin que los otros se den cuenta de la millonada de sonrisas que trae desde el barrio para repartir en la calle a los que se juntan para disfrutar la navidad sin barreras ni distinciones.
El pitorreo no se hace esperar. Todos están a la expectativa, es el mes de la alegría, el mes de los juegos y las chanzas, el reencuentro, de la risa y la canción, de la gaita y la tradición. En todo eso piensa Pedrito. Si, el mismo que dejó de ir a la escuela donde estudiaba cuarto grado porque no tenía zapatos y le daba pena ir en alpargatas rotas, el mismo que ahora vende periódicos, recoge latas y fuma cigarrillos y también bebe cocuy y juega pool y maquinitas y de vez en cuando se acerca a un cyber, a matar gente, aunque a él no le gusta matar a nadie, pero los juegos de hoy en día son asi. El piensa que es mejor matar gente que matar animales. Posiblemente piense también, que eso sería lo más equilibrado.
Él está contento porque llegó la navidad. En navidad, la gente cambia, se transforma. Se hace más humana, más solidaria, por eso Pedrito siempre sueña con la navidad. En navidad gana más dinero porque la gente se vuelve loca, loca de alegría para comprar y él vende de todo, San Nicolás, luces, bambalinas, hojas para la hallaca, ponche crema, pan de jamón y pare usted de contar. Para él, la navidad está en la calle, en el barrio. A veces mientras vende, su mente vuela y va directamente al rancho. El quisiera que llegara a su casa con todo su esplendor, pero siempre ella se aleja más, apenas roza el rancho. Quisiera que sus hermanitos no tuvieran tantos piojos, no fueran tan barrigones y comieran todos los días.
A él le hubiera gustado que sus hermanos fueran a clases para que aprovecharan la leche, la beca escolar, la comida y las Canaimitas, seria de pinga revisar la tarea de los chamos mientras duermen y meterse en internet. Pero siempre los rechazan por piojosos y brutos, es que ellos no aguantan media hora de clase, se quedan dormidos, es que ellos trabajan con su mamá recogiendo latas de aluminio y a veces la noche los agarra tan lejos de su rancho que llegan de madrugada o duermen en algún banco.
Al rancho también llega cierta alegría, porque la navidad cuesta plata y llega la alegría porque la gente bota cosas “buenas” y por lo menos al rancho llegan juguetes raros o pedazos de ellos, extraños, pero juguetes al fin, para algo deben servir, aunque sea para animarle las caras a los morochitos de ocho meses que son la verdadera alegría del hogar.
Pedrito quisiera que su papá trabajara y no bebiera tanto, que no le quitara la mitad de lo que gana. Pero a pesar de todo a Pedrito le gusta la navidad y él siempre reza para que llegue pronto, porque también le gusta patinar y a pesar de que sus patines no ruedan mucho, él no se pierde las misas de aguinaldos. Allí conoce a otros muchachos, hace amigos, enamora muchachitas bonitas que frecuentan las mejores iglesias de la ciudad. Por eso le gusta la navidad, aunque se enamore de muchachitas inalcanzables, él siempre les demuestra sus cualidades de parrandero y echador de bromas. A él siempre lo esperan para animar el grupo y él con gusto se ofrece para divertir a los demás. Por eso le gusta la navidad, porque apacigua su soledad, aleja su tristeza y vence su derrota.
Cuando amanece, se escabulle de entre las enredaderas que representan las manos y las piernas de sus hermanos pequeños que duermen en ese colchón. Son cuatro para un espacio tan pequeño. Sin embargo, sacudiendo su columna adolorida, se levanta y prepara café. El compró una cafetera eléctrica. Reza un padre nuestro y besa la contra que le hizo su madre para que lo proteja en la calle. El cree que su madre se la preparó con incienso, mirra y estrellitas del cielo. Así lo ha creído y lo creerá eternamente. Porque siempre le ha ido bien. La navidad no traiciona. Si no trabajas, es tu culpa que en la navidad no tengas para disfrutar. Pedrito no espera dádivas. Se dejó de eso. Ahora es independiente y hace su vida. La navidad es su espera. Se sienta frente a un local dentro de un centro comercial inmenso. Ve al rojizo San Nicolás que saluda y le saluda como si fuera con él. La navidad es conmigo, se repite. Recoge sus bolsas y decide ir a su casa a llevar las uvas del recuerdo que la noche depara en aquel rancho, que soporta lluvia y el sol, elecciones y candidatos, magos y reyes. Pedro tiene esperanza y a ella se aferra. Camina con sus fantasías navideñas, soñando en la alegría que llevará para repartir a su hogar.
Durante el 24 Pedrito como el hombre de la casa, a sus doce años se emborracha con su padre, que celebran juntos estar vivos y compartir, aunque sea dos veces al año, el 24 y el 31, del resto del tiempo, su papa está tirado como una chapa en el frente de un botiquín. La navidad le trae recuerdos, todo el año trabajando, huyendo de la policía, de las esquinas de la avenida, de los decretos de los alcaldes. Así es la vida de Pedrito, ya que el próximo año cumplirá 13, entonces, se dejará crecer los bigotes, el pelo, y comerá chimó, así aguantará más las jornadas de trabajo en la calle. Este año la cosa estuvo dura, pero tiene la esperanza de que el próximo año, la navidad será mucho mejor.