En un camino pedregoso andaba
sediento y ya sin ganas de vivir;
muchas heridas sin poder zurcir
en cada paso con dolor cargaba.
Un lobo negro, hambriento se acercaba
y el corazón me comenzó a latir
como queriendo del pecho salir
al escuchar como feroz aullaba.
Cuando ya me veía devorado
apareció un león de halo triunfante
como si el Sol lo hubiese coronado:
su rugido fue viento del levante
acallando el aullido desalmado
de aquel oscuro lobo desafiante.
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