Antonio di Angelo

dolor intus porto (el dolor que llevo dentro)

En las noches más oscuras, cuando siento que ya no puedo más, las lágrimas se convierten en mi única compañía. Lloro hasta quedarme exhausto, mis ojos se cierran con el peso de las penas, y el sueño me abraza como un refugio momentáneo.

 

Pero cuando la madrugada llega, los ataques de ansiedad se convierten en una pesadilla que me despierta de golpe.

 

Es en esas horas silenciosas, cuando todo está en calma, que la ansiedad se apodera de mí como un ladrón en la noche. Mi corazón late con fuerza, mi respiración se acelera y el miedo se convierte en un monstruo que me susurra terrores incomprensibles.

 

Es entonces cuando me siento atrapado en un torbellino de emociones, luchando por encontrar el aire que mi cuerpo necesita desesperadamente.

 

Me arrastro hacia el baño, sintiendo que no puedo soportarlo más. El agua de la ducha cae sobre mí como una cascada de alivio. En ese momento, bajo la lluvia artificial, siento que el mundo se desvanece por un instante.

 

El agua lava mis lágrimas y el miedo se desvanece momentáneamente, como si la ducha pudiera purificar mi alma.

 

Sin embargo, al salir de la ducha, la realidad regresa con fuerza. Sigo luchando contra un enemigo invisible que parece no tener piedad.

 

Me duele no poder ayudarme a mí mismo, sentir que soy prisionero de mis propias emociones. Y en esos momentos de desesperación, las lágrimas vuelven a caer, como si fueran la única manera en que mi cuerpo puede expresar el dolor que siento por dentro.