Cuando abri la puerta
de mi cobijo,
tu no estabas.
Llevabas tiempo
sin entrar,
como si mis sillas
fueran electricas.
En él todo era silencio,
sin más ecos
que los de algun vecino,
como si las paredes hablaran.
Tu voz ya no sonaba.
Los muebles se llenaron de polvo
de ausencia,
ese que permace y no se quita.
Llevabas tiempo con unos planes
en los que yo no entraba.
Lo cotidiano era
vivir sin encuentros
y coincidir en paseos
que podíamos hacer a ciegas,
de tanto repetirlos.
Me acostumbré
a sobrevivir herido,
como un muerto
lo hace a la tumba
en la que reposan sus restos.
Mudo y resignado
a un destino,
que parecía anunciado
para quienes discurrían
a nuestro lado.
\"Se veía venir.
Ese camino no llevaba
a ningun lado\".
La vida, como una maestra,
nos mostró errores,
para que no volviéramos
a repetirlos.