Ojalá tuviera una lámina protectora en mis pupilas,
para mirar los soles de tus ojos por un tiempo prolongado,
y no bajarte la mirada rápidamente, como siempre lo hago
por estar envuelta en fantasías, caricias aún inexistentes, besos imaginarios.
Y ojalá mis ojos fuesen una cámara con batería infinita,
para mirar cínicamente las miles de fotografías que con ellos te he tomado,
cuando tus manos delicadas posan en la mesa blanca, los bolsillos hondos,
pero nunca en mis piernas tibias, que tiemblan a veces cuando estás a mi lado.
Desde que te conocí el café ya no es amargo,
por la dulzura de las caricias disimuladas,
tu voz, tu risa, la calidez de tu piel,
y los huequitos en tu mejilla dibujados.
En la estantería de mi camino, vi tu libro y con sigilo lo tomé,
te tomé con las yemas de mis dedos, despacito, así como yo creo que debe ser.
Ojeé tu prólogo con paciencia, abres tu mente, en el misterio de conocer,
eres un libro cerrado, que abriría siempre para leerte una y otra vez.
No soy una estrella fugaz en tu cielo,
en tus manos quiero florecer,
navega por mis aguas firmemente,
resuelve el enigma de mis secretos,
sé el protagonista de la película de mi piel.
Quiero tomarme el café de tus ojos,
hasta embriagarme de aquel elixir
para morir y renacer por primera vez.